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Puerto Madryn: naturaleza y cultura
A orillas de un mar sereno de azul intenso, la estepa patagónica se extiende hasta el horizonte. Algunos pocos poblados y ciudades rompen con la monotonía de una tierra árida que se intuye infinita, sólo recorrida por vientos que soplan, incansables, durante todo el año. Vientos que traen consigo las increíbles historias de los pioneros y los sonidos impactantes de la naturaleza, la persistente y enigmática comunicación de especies marinas que, año tras año, eligen estas costas para reproducirse.
Durante el invierno, frente a la ciudad de Puerto Madryn y en la cercana Península Valdés, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el viajero puede contemplar la llegada de la ballena franca austral, gigantes marinos que dan una identidad única a esta zona. Sus colosales figuras se ven desde la costa: saltan, muestran la cola, repiten el antiguo ritual del apareamiento. Y, ante el irrefrenable deseo de verlas de cerca, desde Puerto Pirámides, el pintoresco pueblo del Área Natural Protegida Península Valdés, parten embarcaciones que se adentran en el mar y que ofrecen una experiencia única, un respetuoso encuentro.
Durante la primavera, junto a las ballenas son los pingüinos de Magallanes, en Punta Tombo, quienes se roban las miradas de los viajeros, con su gracioso paso bamboleante, sus trajes blancos y negros. Y en el verano es el turno de los delfines, ágiles y saltarines, protagonistas de las playas extensas de aguas cristalinas de Puerto Madryn y Puerto Pirámides. Con esta naturaleza singular se encuentra el viajero que llega a estas tierras ventosas y a estos mares misteriosos. Mares que invitan a explorarlos a través de la práctica del buceo y que convidan algunos manjares que pueden degustarse en los restaurantes de los puertos.
Son las ciudades, que llevan nombres curiosos que remiten a otras lenguas como Madryn, Trelew y Gaiman, las que aguardan al viajero con sus costumbres y tradiciones ligadas a los pueblos que habitaron originariamente estas tierras –los tehuelches- y a los pioneros que fundaron los primeros poblados: los galeses. Entre manteles bordados y teteras primorosas, el tiempo parece no haber pasado. La ceremonia del té galés, las antiguas capillas, las historias y costumbres, y los nombres de las calles y de las familias más antiguas de Madryn, de Trelew y de Gaiman, así lo atestiguan.
Y como esta es una tierra de gigantes, no es extraño encontrar, en Trelew, un importante museo paleontológico en el que se descubre a los dinosaurios, aquellos seres colosales que habitaron la Patagonia millones de años atrás.
Mientras en las estancias, dedicadas a la producción lanera, las tradiciones de la gente de campo se mantienen vivas a cada instante. Inmersas en un paisaje que, nuevamente, pone al viajero cara a cara con la idea de lo infinito de una tierra áspera y hermosa llamada Patagonia.
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