Con 2,4 millones de habitantes, Belo Horizonte es conocida por ser la ciudad con más bares por habitante en Brasil, con una intensa y divertida vida nocturna, donde durante el Mundial no faltarán las fiestas y eventos especiales. También allí se puede visitar una original muestra de la moderna arquitectura de Brasil: en el barrio de Pampulha, alrededor de la laguna, se encuentra el conjunto arquitectónico del reconocido Oscar Niemeyer. Su obra más emblemática es la curvilínea iglesia de San Francisco de Asís (1943), con sus originales parábolas de hormigón y murales y azulejos bellísimos, con la firma de Cándido Portinari. Se suman además el bello edificio acristalado del casino –donde ahora funciona el Museo de Arte–, una casa de baile emplazada en una isla artificial y un yacht club.
Belo Horizonte es la capital del estado de Minas Gerais que, como sugiere su nombre, cobró una gran trascendencia gracias a la enorme cantidad de minas de metales preciosos. Por eso, desde el interior verde y montañoso del estado hasta el litoral, se enhebran una serie de pueblitos coloniales que se desarrollaron con la explotación del oro, los diamantes y las piedras preciosas. El camino que los une, el único autorizado en la época colonial para llevar los productos de las minas hacia los puertos, es conocido como Estrada Real.
De aquellas ciudades coloniales, donde la abundancia se traducía en un barroco sin pudores, la más conocida es Ouro Preto. Allí, además de visitar las calles empedradas flanqueadas por encantadores caserones coloniales, es necesario conocer las iglesias de San Francisco de Asís, la matriz Nuestra Señora del Pilar y el Museo de la Inconfidencia, movimiento independentista que tuvo su epicentro en estas tierras. También hay que recorrer las ferias de artesanías para comprar algún recuerdo de “pedra-sabão”, como su nombre lo indica, frágil, suave y liviana como el jabón.
Fuente: HotNew
Belo Horizonte es la capital del estado de Minas Gerais que, como sugiere su nombre, cobró una gran trascendencia gracias a la enorme cantidad de minas de metales preciosos. Por eso, desde el interior verde y montañoso del estado hasta el litoral, se enhebran una serie de pueblitos coloniales que se desarrollaron con la explotación del oro, los diamantes y las piedras preciosas. El camino que los une, el único autorizado en la época colonial para llevar los productos de las minas hacia los puertos, es conocido como Estrada Real.
De aquellas ciudades coloniales, donde la abundancia se traducía en un barroco sin pudores, la más conocida es Ouro Preto. Allí, además de visitar las calles empedradas flanqueadas por encantadores caserones coloniales, es necesario conocer las iglesias de San Francisco de Asís, la matriz Nuestra Señora del Pilar y el Museo de la Inconfidencia, movimiento independentista que tuvo su epicentro en estas tierras. También hay que recorrer las ferias de artesanías para comprar algún recuerdo de “pedra-sabão”, como su nombre lo indica, frágil, suave y liviana como el jabón.
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