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Isla Culebra, un paraíso entre dos mundos

Por ahora, la isla es poco conocida entre los turistas y sólo alcanzó notoriedad cuando los locales ganaron en 1975 una pulseada con la Marina de EE.UU. para que su lugar en el mundo dejara de utilizarse para testear armas.
Una islita del archipiélago de Puerto Rico fue un cuartel a cielo abierto y hoy, paraíso recuperado. Uno de los pocos sitios donde quieren a Richard Nixon, por haber puesto fin a la militarización.

Estaba dando vueltas con mi kayak, sobre un arrecife de coral, cuando algo salió a la superficie delante de mí. ¿Un snorkeler? No, era una tortuga carey que parecía tan sorprendida de verme como yo de verla a ella, aunque menos encantada que yo. El animal tomó aire, flexionó sus delgadas patas, y con la misma gracia con la que los pelícanos marrones cruzaban el aire sobre mí, se deslizó sin esfuerzo por el agua verde, hacia el fondo marino, 9 metros abajo.

Estaba flotando en Culebra, una isla que sólo tiene 31 km2 de tierra en un rincón del Caribe. Desde la casa alquilada sobre una colina de acacias y tamarindos, con vista a los 2 km de playas (US$ 200 por día), se veían los cruceros arribando a St. Thomas, a 15 minutos de distancia.

Es fácil llegar hasta Culebra, ya que está 27 km al este de la costa de Puerto Rico. Desde la capital, San Juan de Puerto Rico, sólo media 30 minutos de avión. Por ahora, la isla es poco conocida entre los turistas y sólo alcanzó notoriedad cuando los locales ganaron en 1975 una pulseada con la Marina de EE.UU. para que su lugar en el mundo dejara de utilizarse para testear armas.

La isla era un lugar fuera de serie. Los pocos visitantes que recibía volvían año tras año, alquilando la misma casa sobre las colinas (las construcciones sobre la playa están desalentadas), los mismo jeeps para moverse. Todo era tan seguro y tranquilo que la mayor agitación surgía cuando a alguien se le habían caído las llaves en la arena. El jeep oxidado que alquilamos demostró su brío sobre los caminos con baches de la isla, que pronto logramos memorizar, especialmente rumbo a las playas, ya que podían ser sorprendentemente empinados.

Pero tantos vaivenes para llegar a la costa se olvidaban al pisar la playa. Fama merecida tenía Playa Flamenco, dos kilómetros curvos de arena blanca y agua turquesa, que tenían los únicos emprendimientos comerciales de la isla: media docena de kioskos que vendían licuados de mango, burritos de arroz y todas las presentaciones de comida marina, desde ensalada de caracoles hasta brochettes de tiburón. Sobre la ventosa costa norte, Playa Zoni es fantástica para saltar olas y luego retirarse a leer un libro junto a los arbustos.

Tamarindo y Melones son ideales para el snorkel y pronto se encuentran los mejores sitios para mirar tortugas, sorprenderse con el azul y oro de los peces tropicales y explorar las formas insólitas de los corales. Sólo un local en el pueblo -que los mapas denominan Dowey- alquila kayaks y equipos de snorkel.

Con un documental, el Museo de Historia recuerda los tiempos en que 7 mil soldados llegaban anualmente a Culebra para probar armamento (en una isla donde la población total nunca superó los 2 mil habitantes). Todavía se ve alguno que otro auto con un sticker de Nixon: debe ser el único lugar del territorio americano donde tienen algo para agradecerle, en este caso, el cese de la militarización de este paraíso.



Fuente: Perfil

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